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22 septiembre, 2018

La verde esmeralda: Lefkada


Una de las razones para ir a Lefkada era la de poder arribar a una isla griega en coche, sin tener que coger un ferry.

Lefkada es una de las islas jónicas del archipiélago de las llamadas 7 islas o Heptanesos. Son siete islas las de mayor tamaño: Corfu, Kefalonia, Zánkynthos, Lefkada o Leucas, Ithaki o Ithaka, Cythera y Paxos. Aunque, no deja de ser cierto, que a su alrededor hay infinidad de medianas y pequeñas islas o islotes, como Meganisi, Kalamos, Skorpios, Arkoudi, Atokos, Katos, Madouri, Sparti, Antipaxos, Lazareto, Ereikoussa y Ptichia.





Estas islas del mar Jónico suelen ser más verdes y con más variedad de vegetación que otras del país heleno, como la de Paros, Amorgos, Syros, Milos o Mikonos. 

El hecho de que Lefkada sea una isla con una gran biodiversidad fue otra de las razones para elegirla. Su vegetación llega prácticamente hasta la orilla del mar. Igualmente, me deslumbró la calidad de sus aguas, sobre todo el oeste de la isla, al ser una zona de mar abierto. 

Como curiosidad, el nombre de la isla Lefkada, Leukas o Leucate proviene de la palabra Leukós que quiere decir blanco. Y de ese color son los acantilados de la parte poniente de la isla, por ejemplo, los de las playas de Porto Katsiki o Egremmi. En la parte de Levante, el territorio es más suave y no tiene altos acantilados.


En verano, es verdad que nos atrae mucho la playa, sí. No obstante, siempre buscamos las zonas rurales, con rica vegetación, con frondosos árboles que nos regalen buenas sombras. 

   


Estamos fascinados por esas zonas rurales griegas en dónde la vida transcurre lenta y en perfecta armonía. Dónde las prisas están fuera de lugar. Dónde las personas se saludan amablemente y viven en apacibles comunidades. Cultivan sus pequeños huertos que huelen a albahaca, hierbabuena, melón, sandía, pimiento y tomate. 

Dónde los vecinos se encuentran y se reúnen en los bares de las plazas o en un chiringuito de playa, mientras toman el típico frappé o una copa de Ozu, con agua fría y mucho hielo.


  
  

Por eso, nos gustaron mucho los pueblos del interior de la isla, sobre todo por su cotidiana vida rural tranquila y pacífica como la se respiraba por ejemplo en Syvros, Alexandros, Athani, Agios Petros, Hortata, Kolivata, Kayra, Vafkeri o Eglouvi, con los niños jugando en la calle y el olor a pan recién hecho.

06 septiembre, 2018

El secreto de la felicidad griega

Seguro que debo tener un ancestro griego, porque cuando aterrizo en la República Griega me siento bien. Liberada. Cómo cuando llegas a casa tras una larga jornada laboral y te quitas los zapatos que te oprimen. Me siento leve, descansada y feliz.


Según mi experiencia personal, de observación de la vida helena en verano, el secreto griego de la felicidad se compone de una buena comida, una tupida sombra, una gran dosis de afabilidad, risas y mucha playa. Nunca falla. En mis vacaciones veraniegas, he cumplido año tras año con esta ceremonia y siempre he disfrutado de una deliciosa porción de felicidad.


En las playas helenas, lo primero que observas es la cantidad de gente jubilada (o no), que pasan sus mañanas disfrutando del aire libre en el mar, o pescando o nadando. Divisas sus cabezas, con gorras generalmente blancas, que emergen del mar llenas de vida y de proyectos. Mientras, conversan de sus cosas, de la familia, la comida, de Europa, del porvenir, de política o del tiempo. A veces, en esas largas conversaciones, simplemente comentan o aclaran cómo les gusta tomar su frappé o sobre qué playa les gusta más.



Creo que con este estilo de vida genuinamente mediterráneo, el ser humano puede llegar fácilmente, hasta los 150 años de vida. Se les ve felices. Sanos. Llegan a primera hora de la mañana y siguen un ritual de contacto íntimo y directo con el mar. Entran en el agua. Se mojan la cara y con la mano hueca recogen agua del mar y beben un sorbo. Después, se sumergen en el agua. Solo se ven sus cabeza. Simplemente se quedan flotando verticalmente. 


Más tarde, yo seguía el mismo proceso y ese ritual heleno. Me hacía sentir un poco más griega (aunque fuera de espíritu) y me unía, más aún si cabe, a esa tierra que me reconforta, me recarga las pilas y me alegra mis vacaciones estivales.