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Poros, sabor a mar

Poros es una isla del mar Sarónico, aunque realmente hablamos de dos islas unidas por un puente. La isla Sphería y Kalávria.  Se las conoce simplemente como la isla de Poros como si fuera una sola, ya que están anexadas. A estas dos islas principales, les rodean otras islas mucho más pequeñas y también islotes rocosos. 


Desde Galatas cogimos un ferry que cruza los 200 metros que separan Poros del Peloponeso. Es muy divertido cruzar en ferry. Están muy bien organizados. Es ​un trayecto barato y las imágenes que se obtienen desde el barco, de Poros y de Galatas, son memorables.


Poros es una isla colorista. Casi toda su superficie está recubierta de pinos de un color vibrante y muy brillante que intensifica aún más ese particular azul del mar del Golfo Sarónico. La recogida playa de Love Bay es un ejemplo perfecto de playa de aguas limpias rodeada de pinos tupidos de color verde intenso que llegan hasta el mar. Otras playas, la de Megano Neorio y la de Mikro Neorio, quizá no tan espectaculares como la de Love Bay, aunque son igualmente bonitas. Sobre todo por las vistas. La de Megalo Neorio dispone de varios embarcaderos para atracar y que resultan muy útiles para lanzarte desde ellos al mar para nadar.


Desde la ciudad principal de la isla, puedes desplazarte en coche o en moto o en taxi (son baratos). Otras opciones son la de alquilar un pequeño barco de recreo o explorar la costa en un taxi-barco. 




Las playas vecinas a la ciudad, justo en el lado opuesto a Galatas, son las más atrayentes. Rodeadas de altos pinos, suelen estar acondicionadas con sombrillas y hamacas para el disfrute y el relax. Enfrente de una de estas playas, se localiza el islote Daskalio, con una pequeña iglesia dedicada a la Virgen María.


El otro lado de la isla, justo enfrente de Methana, la costa es más rocosa y seca. El viento azota esa área salpicada de pequeños islotes rocosos. 
En el punto más alto de Poros, se halla el Templo de Poseidón. Ahora, únicamente quedan las huellas de su estructura. Era un edificio de grandes dimensiones, de estilo dórico, que coronaba un cerro. Desde aquí, desde las ruinas de este edificio, se puede contemplar: Methana, la bahía de Vayialos o Vagiona y al fondo la isla de Egina.

Methana, descubriendo sus volcanes

Pasar de la brisa fresca de Lefkada al intenso calor del Golfo Sarónico no resulta muy atractivo, pero es lo que hicimos. Después de pasar 4 horas en coche y atravesar el Peloponeso arribamos a la península de Methana.


Methana casi parece una isla, su estrecho istmo así lo sugiere. Respira por tanto un aire isleño. Methana es vecina de las islas de Poros, Aegina y Agristi, pero su flora es mucho más diversa que en Poros, por ejemplo. Imagino que es debido a los componentes volcánicos del terreno.



Esta península se formó hace siglos por la eclosión de un gran volcán. Durante largos periodos de tiempo ha sufrido diversas erupciones de lava y piedras. De hecho, hay unas 30 calderas de volcanes y casi todas ellas accesibles todavía. Una de las panorámicas más bonitas de las cumbres picudas de los volcanes es la que se divisa desde el puerto o la playa del pueblo de Agios Georgios o de la de Agios Nikolaos, ambas localidades se hallan al norte de la península. Desde cerca del mar, los volcanes se ven imponentes.




Gracias a esa actividad volcánica la localidad fue famosa por sus aguas termales. Existe un abandonado balneario a la entrada de la ciudad. Sus aguas se filtran hacia el mar y tiñe sus alrededores de un azul celeste. Allí dónde más huele a azufre y sulfuro, se suelen bañar los que buscan las propiedades de este agua de manantial. 


Es fácil comprobar que Methana fue antiguamente un lugar turístico; así lo demuestra la cantidad de hoteles en estado de abandono total que se reparten por la franja litoral de la villa. Uno de ellos, de estilo Art-Decó, bien podría estar en Miami, al lado de cualquiera de los de Ocean Drive. 


Pese al insoportable calor húmedo y a la evidente dejadez de algunos edificios del litoral de la ciudad, Methana es encantadora, genuina y esencialmente griega. Su indudable sabor marino la hacen simpática. 

A pesar de ello, nuestra primera impresión fue la de exclamar: "dónde nos hemos metido". El calor y su apariencia descuidada nos desalentó. No obstante, con el paso de las horas y la llegada del atardecer y la brisa marina, nuestra primera impresión desapareció y pudimos disfrutar a tope de lo mucho que Methana ofrece al visitante. Ha sido un seductor descubrimiento. Cuando abres la mente, Methana te colma de vida.

            

     

             

Los atardeceres y los amaneceres eran intensos y rojizos. Los rayos oblicuos teñían el mar de dorado y cobrizo. Todo era hermoso. Desde nuestro balcón del alojamiento Akti Methana las vistas del amanecer eran únicas. Completamente distintas cada día.


Por las mañanas, el calor acechaba y buscábamos las mejores sombras cerca del refrescante mar. Por las tardes, cuando el sol empezaba a declinar, realizábamos las excursiones que necesitaban más esfuerzo: largas caminatas y la subida a los volcanes. Una de las mejores fue la de la caldera del volcán, Kameni Chora. Eso sí, para caminar por los senderos habilitados hay que ir bien calzado, sobre todo si quieres llegar a la cumbre de la caldera y no resbalar. Por las noches, paseábamos por el frente marino y nos sentábamos a tomar una cerveza.




Los pueblos y pequeños núcleos urbanos del interior de Methana están particularmente cuidados y limpios. De cualquier forma, vale la pena ir al interior de Methana y contemplar su rica flora. La conjunción entre la fértil tierra volcánica, la brisa y el rocío del mar dan una naturaleza exuberante y generosa. En verano, la vegetación se mantiene verde. Así que, nos imaginamos que en Primavera debe ser una sinfonía de colores, olores y flores de todo tipo. De hecho, en Methana se reúnen 12 especies diferentes de orquídeas. Algo inaudito. Algunas de estas orquídeas son endémicas de la zona.


Tampoco hay que perderse la playa de Paleokastro y el puerto de Vathi, al sur. Se come de maravilla en las tabernas y restaurantes de esta zona alrededor de Vathi. Aunque allí las playas no son de arena, el agua está tan limpia que te sorprende su transparencia. 
Methana no cuenta con playas como la de Milos en Lefkada o la de Simos beach en la isla de Elafonisos o Falasarna en Creta. Son playas rocosas, con piedras oscuras de color hierro oxidado, que oscurecen su rico fondo marino. No son playas de fácil acceso, en algunas para penetrar al agua simplemente colocan una escalerilla. Tampoco son playas panorámicas y extensas de arena dorada, pero nos fascinaron y nos lo pasamos muy bien. Tanto como para volver otra vez a Methana, otro año. No sé cuando, porque se nos acumulan los sitios que queremos conocer de Grecia.

Grecia y la buena vida


Necesitaba volver a Grecia para restaurarme de los estragos psicológicos y físicos que supone vivir una pandemia que se dilata en el tiempo.


Tenía el viaje reservado desde noviembre del 2019. Todo pagado: avión, coche de alquiler y alojamientos. 

Durante mucho tiempo descarté hacer el viaje por no poner en peligro el equilibrio. Grecia ha sido uno de los países que mejor ha sabido administrar el covid-19.
Llena de dudas y temores cogí con todas las precauciones posibles, con un buen acopio de mascarillas, el avión a Atenas. 


Una vez allí, en el aeropuerto, se respiraba normalidad, pese a las largas colas para realizar las pruebas aleatorias del PCR. Normalidad que contrastaba de lejos con el aspecto triste y desierto del aeropuerto de Barcelona.    


Todo fue mejor que nunca, sin colas, sin retrasos, sin esperas para recoger el coche de alquiler. Todo perfecto. Sin ningún tipo de problema. 


Grecia supone una cura perfecta para el cuerpo y el alma. Un espacio físico relajado y calmado. Un lugar dónde resulta factible creer en héroes, dioses y mitos. 

Por la mañana estaba en mi ciudad y por la tarde bañándome en aguas helenas. Un inmenso azul que supone líquido amniótico para el cuerpo y el espíritu. Buena vida.


Antes de salir de viaje, teníamos claro que este año tocaba mantener las distancias, usar la mascarilla cuando la situación así lo requiriera y evitar al máximo posible el contacto físico. Por esa razón, cambiamos los hoteles por estudios y pequeños apartamentos familiares. Los contactos así eran prácticamente nulos.  


Por lo que pudimos comprobar por nosotros mismos, resultaba muy sencillo mantener la distancia interpersonal y eso nos ayudó a disfrutar y valorar como nunca nuestro viaje a Grecia. 

Kalavrita, hacia la cumbre

Desde Diakopto se llega fácilmente a Kalavrita tanto en coche como con el famoso tren cremallera. Ese tren recorre el bonito desfiladero de Vouraikos. Va lento, pero subirse constituye toda una aventura. Nosotros no hicimos el recorrido en tren; decidimos ir en coche, porque ir en vehículo particular nos ofrecía mayor autonomía para visitar los alrededors de Kalavrita.

    

       

La empinada y sinuosa carretera que desde Diakopto pasa por Akrata y por Trapeza se dirige a Kalavrita y supera, en pocos kilómetros, el gran desnivel que existe desde la llanura de Diakopto hasta los casi 750 metros de altura dónde se halla el núcleo urbano central de la localidad de Kalavrita. 

  

Esta carretera pasa al lado del impresionante Monasterio de Moni Megalou Spileou (Agia Lavra). Hicimos una parada para verlo. Se construyó en un acantilado rocoso en el siglo X. Fue un centro muy importante para el culto. También, para la Revolución Griega. Destruido por los Otomanos, fue reconstruido otra vez, como símbolo. Nuevamente destruido por tropas nazis, fue vuelto a reconstruir como ejemplo de la resistencia griega. Visitarlo es muy interesante. Puedes contemplar unas panorámicas preciosas del desfiladero. No obstante, lo más interesante está en su interior. Puedes visitar la iglesia, la cueva y el museo de Arte Sacro. No es muy grande, pero tiene piezas muy importantes. Manuscritos, pergaminos y pinturas.

Abajo, he incluido una foto de cómo era el Monasterio antes del 1934.


La población de Kalavrita es entretenida de recorrer. Puedes ir por la calle más animada, la peatonal calle 25is Martiou y escudriñar un buen número de comercios con artesanía y productos de la zona: miel, licores, pasta y queso. No obstante, también hay comercios convencionales, buenos restaurantes y cómodos hoteles en las calles paralelas tanto en Agiou Alexiou como en Kallimani y Vironos.

 

Otro de los lugares que queríamos visitar estaba cerrado: el Museo Municipal del Holocausto. Nos hubiera gustado verlo, sobre todo para conocer un poco mejor la historia de ese lugar.


Cerca de Kalavrita se ubica un renombrado centro de esquí. Está apenas a unos 14 kilómetros de la villa. Los montes que rodean Kalavrita contienen algunos de los picos más importantes de la zona como son el Monte Helmos, Klokos y Erimanto. Algunas de esas cumbres superan los 2200 metros de altura.