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23 enero, 2022

Zafra, la seductora

Zafra es una ciudad de tamaño ideal para vivir a lo grande. Conjuga lo mejor de una ciudad pequeña y lo mejor de una ciudad de tamaño mayor. Zafra es animada, pero a la vez calmada y relajada.


En Zafra, se vive bien. Eso se puede ver fácilmente paseando por sus calles. Se percibe, con claridad, que sus habitantes están contentos. La gente se saluda. El ritmo es tranquilo. Les gusta vivir la calle, las relaciones personales. Les gusta su ciudad y eso se nota. Zafra es una ciudad perfecta muchos meses al año. Supongo que en verano, la percepción será diferente, por el fuerte calor, pero en invierno es muy agradable. Tiene una luz especial. Respira un ambiente único. Cautiva. El contraste en la calle de las casas encaladas con el intenso azul del cielo resulta absolutamente fotogénico.


Su casco antiguo es sencillo de recorrer. Muchas de las calles más interesantes de Zafra conducen a su Plaza Grande y su Plaza Chica, las dos unidas por un pequeño corredor. Zafra tiene más jardines y plazas en su centro histórico entre ellas y alrededor del Palacio de los Duques de Feria (actual Parador Nacional) se halla la plaza Corazón de María, la plaza de España, la del Alcázar y la del Parque de la Paz. Estas plazas y parques con el buen tiempo y en los días festivos se llenan de gente que toma algo. Los bares sacan sus mesas al aire libre y los zafrenses hacen eso que les gusta tanto, que se llama: vida social. Sus cafeterías y bares, no dan a basto.


 
 
 

Nuestro hotel estaba situado en una de las mejores zonas de Zafra, en la zona oeste. El hotel está adosado a la muralla. Su nombre así lo indica: Hotel La Muralla. A su lado, la Puerta de Badajoz. Por las noches ni un ruido nos perturbaba el sueño, pero si queríamos diversión estábamos cerca de las Plazas Grande y Chica. Centro de diversión, con bares para tapear y restaurantes.
La estancia en el hotel La Muralla fue memorable. Los primeros días había pocos clientes. Elegimos una habitación con terraza. Las vistas eran de las mejores que puedes tener. Un hotel simpático. Encima, la limpieza era perfecta, sobre todo por el tema covid. Experiencia para repetir.

 
 

Durante nuestra estancia en Zafra, pudimos visitar el Palacio de los Duques de Feria. Las murallas y sus puertas: la del Palacio, la de Badajoz, la de Jerez y la del Acebuche. La animada calle Sevilla, la Casa del Aljímez y la Casa Palacio de García de Toledo y Figueroa (actual Ayuntamiento, aunque solamente su exterior). Fuimos al Convento de Santa Clara que es un Museo, pero estaba cerrado por festivos. También, al Mercado de Abasto (cerrado por obras). Eso sí, hicimos un montón de excursiones. Hicimos la Ruta de los Castillos: el Castillo de Medina de las Torres, el Castillo de Valencia del Ventoso, el de Feria (tiene una Torre del Homenaje impresionante), el del Burguillos del Cerro, el de Zafra y el de Jerez de los Caballeros.


Igualmente, pudimos conocer y recorrer las poblaciones de sus alrededores: Feria, Burguillos del Cerro -paseamos por el Charco del Toro al atardecer-, Fregenal de la Sierra (no hay que perderse su espectacular Castillo-Plaza de Toros-Mercado), Valencia del Ventoso, Jerez de los Caballeros (una maravilla), Medina de las Torres, Fuente de Cantos, por cierto su museo de Zurbarán estaba cerrado, en fin... una decepción no poder visitar ese museo.


También nos dio tiempo a acercarnos a pasar un día en Llerena y de paso, aprovechamos para comer en la Hospedería de Llerena (buena relación precio). El resto de las comidas que hicimos esos días fueron en Zafra. Allí, los restaurantes son muy buenos. Comimos en el restaurante Arco (¡qué jamón!) y en La Bendita. Al ser días festivos de Navidad y Fin de Año, muchos de sus restaurantes estaban cerrados, porque suelen ser negocios familiares y cierran en los días claves. 

  

Otra cosa que tiene Zafra es que sus atardeceres y sus noches son mágicas. Invita a la emoción. Da gusto pasear por su centro histórico, con sus callejuelas limpias y cuidadas. Sin lugar a dudas, se trata de un  destino al que se puede ir, que no defrauda. Ni el encanto de sus piedras, ni el embrujo de sus plazas, ni el blanco de sus casas, ni el azul oscuro, casi negro, plagado de estrellas de sus noches de invierno.

10 enero, 2022

Molinos, en Teruel

El Maestrazgo de la provincia de Teruel depara al visitante curiosas sorpresas. En un entorno casi marciano, donde el frío y el calor son intensos, donde la vida fluye en un ambiente rural duro, desnudo, en general árido pese a las lluvias o a la intensa nieve o quizá por esa misma razón, descubres lugares con un paisaje acogedor, tranquilo y sencillo.


Entre la aparente aridez, surge un barranco donde fluye o discurre el agua de los múltiples ríos y afluentes que atraviesan esta comarca del Maestrazgo, como el río Guadalope, el Bordón, el Cantavieja, el Pitarque, o el río Guadalopillo. Entre peladas montañas y valles donde pastan las ovejas y las cabras, donde se cultiva el trigo o se edifican grandes granjas de animales, surge la vida en forma de riqueza arbórea. Aquí los inviernos son duros, de temperaturas extremas que condicionan la vida de muchos pueblos de esta comarca vaciada. Sin embargo, en verano, la vida resurge en muchos de estos lugares. Molinos es uno de esos pueblos que en verano se llenan de vida.

     
    

En esta población cercana a Alcorisa y a Calanda, los casi 330 habitantes se cuadruplican con el estío. Es comprensible. Es una localidad bonita y su situación geográfica, con sus formaciones rocosas, la hacen única.

Se aprovechó el terreno abrupto para construir los edificios alrededor del río. Río que forma un alto barranco, el de San Nicolás. A ambos lados del río, se han construido la mayoría de los edificios. Molinos tiene una extraordinaria plaza aporticada. Dividida en dos zonas: la de la Iglesia y la del ayuntamiento.

 
 

Justo en la zona del ayuntamiento, está ubicado un bar de tapas muy recomendable: El Fontanal. Da gusto que aún queden bares dónde se respeta el buen hacer de las tapas, aunque dotándolas de un toque creativo.


Bajo uno de los arcos de esta plaza, mientras degustamos las tapas, nos hubiéramos quedado a vivir allí. La animación es continua y entretenida. Una buena sombra, buena comida y tranquilidad. No se puede pedir más.

   

Una de las razones de visitar Molinos era la de conocer sus famosas Grutas de Cristal. Se trata de un conjunto de grutas descubiertas en los años 60 por unos espeleólogos. Están a apenas 4 kilómetros de Molinos. Se reserva por cita previa ya que es es una gruta muy visitada. El coste es de 9 euros por persona y la visita se realiza en pequeños grupos. No se pueden hacer fotos y conviene llevar ropa de abrigo, porque dentro la temperatura es de 13 grados. Hay dos grandes cavidades: la sala de los cristales y la sala marina. En ambas, pueden contemplarse bonitas formaciones: estalactitas, estalagmitas, coladas, discos, columnas, cristales o cortinas. Esculturas o estructuras naturales que se forman con el agua filtrada durante siglos por las rocas calizas de estas montañas calcáreas.
Existe también otra cueva cercana, pero está cerrada al público.

 
 

Nos gustó mucho Molinos, su arquitectura, su localización y sus cuevas.