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El secreto de la felicidad griega

Seguro que debo tener un ancestro griego, porque cuando aterrizo en la República Griega me siento bien. Liberada. Cómo cuando llegas a casa tras una larga jornada laboral y te quitas los zapatos que te oprimen. Me siento leve, descansada y feliz.


Según mi experiencia personal, de observación de la vida helena en verano, el secreto griego de la felicidad se compone de una buena comida, una tupida sombra, una gran dosis de afabilidad, risas y mucha playa. Nunca falla. En mis vacaciones veraniegas, he cumplido año tras año con esta ceremonia y siempre he disfrutado de una deliciosa porción de felicidad.


En las playas helenas, lo primero que observas es la cantidad de gente jubilada (o no), que pasan sus mañanas disfrutando del aire libre en el mar, o pescando o nadando. Divisas sus cabezas, con gorras generalmente blancas, que emergen del mar llenas de vida y de proyectos. Mientras, conversan de sus cosas, de la familia, la comida, de Europa, del porvenir, de política o del tiempo. A veces, en esas largas conversaciones, simplemente comentan o aclaran cómo les gusta tomar su frappé o sobre qué playa les gusta más.



Creo que con este estilo de vida genuinamente mediterráneo, el ser humano puede llegar fácilmente, hasta los 150 años de vida. Se les ve felices. Sanos. Llegan a primera hora de la mañana y siguen un ritual de contacto íntimo y directo con el mar. Entran en el agua. Se mojan la cara y con la mano hueca recogen agua del mar y beben un sorbo. Después, se sumergen en el agua. Solo se ven sus cabeza. Simplemente se quedan flotando verticalmente. 


Más tarde, yo seguía el mismo proceso y ese ritual heleno. Me hacía sentir un poco más griega (aunque fuera de espíritu) y me unía, más aún si cabe, a esa tierra que me reconforta, me recarga las pilas y me alegra mis vacaciones estivales.

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