Al principio pensé que nos habíamos equivocado tanto con el destino como con el alojamiento, pero según pasaban los días fuimos valorando la ventaja de alojarnos allí. Volver al tranquilo enclave de Limin Ierakas era un bálsamo después de las largas jornadas de playa. El silencio allí era total, sólo interrumpido por el canto de algún que otro pájaro o por el zumbido de algún insecto.
La situación del hotel era peculiar. Justamente delante del humedal. Un lugar en donde la calma es la tónica general. Ideal para pasar unas tranquilas noches de verano. Contemplando el paisaje, las estrellas y la naturaleza que circunda el humedal. Eso sí, todas las ventanas tenían mosquiteras para proteger el interior de las viviendas de todo tipo de insectos voladores. No vimos muchos, pero en alguna época del año debe de haber muchos más.
La habitación era espaciosa, con cocina. La decoración imitaba la de las antiguas casas de la zona, con madera oscura y sobria. Tenía una chimenea y una gran cama. Sin lujos, pero con unas buenas vistas.
Porto Cadena disponía, además, de una agradable piscina y un café bar con decoración singular, bohemia y un poco afrancesada. Había wifi gratuito en todo el hotel. Además, tenían a disposición de los huéspedes bicicletas. Podías coger una y dar una vuelta por los apacibles alrededores.
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