En moto

En mi país las costas están poco protegidas de la especulación y resulta difícil encontrar una playa sin edificaciones, por esa razón decidí un día viajar en busca de la cuadratura del círculo o tras la playa perfecta. Eso y mi deseo absoluto de viajar por viajar hicieron el resto.

Mi primer viaje "en serio" fue a Inglaterra atravesando Francia -que es enorme- en moto. Miles de anécdotas que contar, de hecho ir en moto es una anécdota en sí misma.

 

A finales de los ochenta y principios de los noventa, todos los motoristas con los que te cruzabas te saludaban, haciendo luces, en una especie de hermandad motera similar a pertenecer al mismo equipo de fútbol.

Los recuerdos están tamizados por el tiempo, pero recuerdo lo mucho que me gustó perderme por las carreteras rurales francesas, mientras intentábamos buscar un atajo.

Los pueblos semi-desiertos en agosto me asombraban, tan acostumbrada al barullo español en verano...

¡Qué buenas las piscinas públicas francesas!. Nadar un poco te permitía seguir ruta con la moto sin sensación de cansancio.

No hablaba ni una palabra de francés. Me da vergüenza decirlo, pero así era.

Recuerdo, una vez, destrozada tras haber recorrido cientos kilómetros y sobre todo por atravesar París a 42 grados (por esos túneles interminables) que paramos en un bucólico pueblo y vimos un edificio precioso "Hôtel de Ville"... Fantástico hotel, sólo que no era un HOTEL, sino el Ayuntamiento del pueblo.

Agotada por el viaje, decidí preguntar por el mejor hotel de la zona y allí limpia y descansada me sentí como una reina.