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26 septiembre, 2020

Lygiá, pasar de la montaña al mar

Localizada en el Epiro, la buena situación geográfica de Lygiá la convierten en un destino ideal para unas buenas vacaciones. Sobre todo si lo que buscas es descanso, buena comida y un mar perfecto.


Posee playas de arena y otras de rocas con grandes extensiones de posidonias y algas. 

Lygiá es mucho más tranquila que sus vecinos del norte: Vrachos, Loutsa y Ammoudia. Es más rural, fértil y verde, con un diminuto núcleo urbano, presidido por una gran iglesia. El resto de edificios son apartamentos construidos entre la espesa maleza y casas dispersas entre la vibrante vegetación de la montaña.


La iglesia de Lygiá se puede ver desde el mar y la tierra. Es grande, está encalada y cuenta con unas potentes cúpulas de color rojo. Se alza sobre un acantilado. En uno de sus lados, la playa, en el otro un pequeño puerto pesquero con una taberna: Skaloma.



El pueblo está construido en pendiente, algunas casas de veraneo están prácticamente incrustadas en el interior en la roca.


Desde la carretera de la costa que une Preveza con Igoumenitsa, uno no puede imaginarse lo que esconde las tupidas colinas que llegan al mar. Estas colinas que se hallan entre la llanura del río Aqueronte y Kanali protegen una rica diversidad terrestre y marina.



Excepto, Vrachos, Loutsa y Kastroskia que están mucho más masificadas, Lygiá y Riza son pequeños enclaves lejos aún de los ávidos constructores. No sé durante cuánto tiempo se mantendrá apartada de la masificación costera, por ahora es un puro relax. 



La localización de nuestro alojamiento el Santa Maria Rooms era perfecta, delante justo de la playa y cerca de la playa de Lygiá y de Riza. Ideal para hacer deporte o caminar, porque la carretera era plana. Íbamos andando a todos los sitios: a la playa, a comer (hay buenos restaurantes repetimos muchas veces en el restaurante de playa Chrisi Ammos), al supermercado o a la panadería. El alojamiento era sencillo, sin embargo el jardín estaba muy bien cuidado y lleno de flores. Las vistas desde la habitación bien valían alojarse allí.



Por la noche, me gustaba salir a dar una vuelta por la carretera que bordea la playa. Me venían recuerdos de mi infancia, de esos veranos en el pueblo de mi abuela. De los paseos nocturnos que hacíamos para ver brillar las luciérnagas en la oscuridad. Cuando la noche era estrellada y oscura y el cielo era un misterio. Algo mágico e impredecible. Así he vivido este año mi estancia en Lygiá. Un verano, extraño y difícil para todos, pero allí me sentí reconfortada y en familia. Simple y llanamente feliz.

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