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14 septiembre, 2020

Grecia y la buena vida


Necesitaba volver a Grecia para restaurarme de los estragos psicológicos y físicos que supone vivir una pandemia que se dilata en el tiempo.


Tenía el viaje reservado desde noviembre del 2019. Todo pagado: avión, coche de alquiler y alojamientos. 

Durante mucho tiempo descarté hacer el viaje por no poner en peligro el equilibrio. Grecia ha sido uno de los países que mejor ha sabido administrar el covid-19.
Llena de dudas y temores cogí con todas las precauciones posibles, con un buen acopio de mascarillas, el avión a Atenas. 


Una vez allí, en el aeropuerto, se respiraba normalidad, pese a las largas colas para realizar las pruebas aleatorias del PCR. Normalidad que contrastaba de lejos con el aspecto triste y desierto del aeropuerto de Barcelona.    


Todo fue mejor que nunca, sin colas, sin retrasos, sin esperas para recoger el coche de alquiler. Todo perfecto. Sin ningún tipo de problema. 


Grecia supone una cura perfecta para el cuerpo y el alma. Un espacio físico relajado y calmado. Un lugar dónde resulta factible creer en héroes, dioses y mitos. 

Por la mañana estaba en mi ciudad y por la tarde bañándome en aguas helenas. Un inmenso azul que supone líquido amniótico para el cuerpo y el espíritu. Buena vida.


Antes de salir de viaje, teníamos claro que este año tocaba mantener las distancias, usar la mascarilla cuando la situación así lo requiriera y evitar al máximo posible el contacto físico. Por esa razón, cambiamos los hoteles por estudios y pequeños apartamentos familiares. Los contactos así eran prácticamente nulos.  


Por lo que pudimos comprobar por nosotros mismos, resultaba muy sencillo mantener la distancia interpersonal y eso nos ayudó a disfrutar y valorar como nunca nuestro viaje a Grecia. 

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