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La playa de Gandía

    
  
 La playa de Gandía no forma parte del frente marino de la ciudad, como puede ser la playa de la Barceloneta con respecto a Barcelona o la playa de La Concha con respecto a San Sebastián, sino que hay más de 5 kilómetros desde Gandía capital a la playa. Entre la playa y Gandía se extiende una zona rural y otra de humedales. Se puede ir en bicicleta, pero durante un buen trozo de recorrido se transita paralelamente a una carretera muy concurrida. El ruido resulta un poco agobiante. 

 
 
 

Es una playa larga con zonas dunares y de rica vegetación. Con una arena limpia y fina que es una delicia. Durante todo el año la playa se mantiene limpia. Dispone de un completo servicio de limpieza con tractores que ventilan la arena. En la zona más cercana a Xeraco, la limpieza la realiza un servicio mucho más auténtico que la de los tractores. Un carro con caballos aplana y limpia la arena. No puede haber un servicio más ecológico que este y menos contaminante.


La playa se divide en varias zonas: la cercana al Grau de Gandía, la playa Nord, la de l'Auir, la playa nudista y la cercana a Xeraco, que queda aislada cuando el río Vaca llega con mucho caudal. 

Aunque, la playa es mucho más extensa porque su zona de dunas llega desde Oliva a Cullera. 

A Gandía suelen ir a pasar los fines de semana muchos valencianos de la capital y también muchos madrileños dado que la combinación y la carretera hasta Madrid es muy buena. Es una de las playas más cercanas a Madrid, por la A3. Hay apenas 400 kilómetros.

Este año 2020, con las restricciones a la movilidad por el covid, la playa de Gandía parecía desierta.  


Fuera de la alta temporada, la playa de Gandía es un remanso de paz. A finales de este verano, estaba casi vacía, cosa rara. Lejos quedaban las imágenes de playa abarrotada de años anteriores. 

La playa tiene una franja muy edificada con hoteles, apartamentos, restaurantes y cafeterías. Por la cantidad existente se nota que en verano tiene una altísima ocupación, pero es una playa tan grande que siempre puedes encontrar un sitio con menos gente. 

La playa es muy bonita y en general tranquila y también poca profunda. Ideal para familias con niños y para los que les guste caminar. Resulta muy fácil y apetecible caminar por ella.

 

Gandía, entre el mar y la montaña

Conocemos muy bien el litoral alicantino, pero nunca antes habíamos estado en la zona costera valenciana. Así que quisimos subsanar este desconocimiento y decidimos visitar Gandía, situada a 70 kilómetros de Valencia capital.

Gandía, capital de la Safor, conjuga perfectamente el campo con el mar. Porque Gandía se halla entre la Serra Falconera y la Serra Grossa y el mar. Las cimas más altas de la zona son Mondúver, la Safor y la cima Molló de la Creu

Gandía es fértil, de una gran variedad natural y paisajística. No solamente tiene mar y montañas también valles como el de la Marxuquera. Es una zona fértil en gran medida, porque es una área generosa en agua. Posee grandes zonas de humedales, torrentes  y ríos que  enriquecen  la tierra por donde pasan como el río Xaraca, el río Vaca o el río Serpis. Son ríos que llevan mucho más caudal  tras el deshielo o cuando hay fuertes  lluvias. El río Serpis, que pasa  por el centro de Gandía capital, es uno de los más caudalosos. Nace en la Sierra de Mariola, cerca de Alcoy, y desemboca en el litoral de Gandía, entre la playa de Gandía y la de Venecia o la de Daimús.

 

Gandía cuenta con una de las playas más cuidadas y bonitas del litoral valenciano. Es un litoral kilométrico de playas de arena fina tostada que van desde Cullera a Oliva. Para mí, la zona más espectacular es la de Gandía a Xeraco

Gandía cuenta con unos 75.000 habitantes. Es una ciudad de tamaño medio, con un centro histórico muy agradable para pasear sobre todo la zona del Paseo de les Germanies. Todo los edificios más interesantes  y emblemáticos están cerca de esta artería de la ciudad. También, las plazas más bonitas como la Plaza del Rei, la  Plaza de la Vila la plaza Major, la Plaza del Prado, la plaza Beato Andreu o la plaza Loreto. Pasear por Germanies en relajante sobre todo cuando la cierran al tráfico que suele ser los fines de semana por la tarde. Ves a las familias salir a dar un paseo y a los niños jugando en las calles. Algo que ya no se aprecia en mi ciudad. Los niños van solos y corren y juegan en libertad como en un pueblo pequeño donde todos se conocen.

 
 
 

Me gustaron especialmente el Palau Ducal y la Casa de Cultura (conocida como la casa de la Marquesa).

Cuando estuve, en  la Casa de la Cultura, Marqués de Gonzalez de Quirós, tuve la suerte de ver la exposición de un antiguo integrante del Equipo Crónica: Manolo Valdés. Una exposición interesante entre la pobre oferta cultural de finales del verano 2020. Fue un bálsamo para el intelecto. 

  

Detrás de la Casa de la Cultura hay un pequeño y bonito jardín que comunica con la gran plaza del Prado. Un plaza de espacio espectacular tanto de tamaño como de cantidad de bares que hay para tapear (como dicen allí, para tomar una picaeta o un mosset).


 
 

Si continúas el paseo hacía el sur de Germanies, te encontrarás con los puentes que cruzan el río Serpis. Unos son para que crucen, mayoritariamente los coches y otros son solo peatonales. 

Podéis acercaros hasta el mirador de los Borja. Familia emparentada directamente por matrimonio con los duques de la Corona de Aragón, desde el siglo XV.

Koronissia, en el Golfo de Amvrakikos

Lo mejor de Lygiá, además de sus playas, era que te permitía en un radio relativamente pequeño, realizar un sinfín de excursiones: ir a Parga o a Sivota, ir a la playa de Ammoudia o a la de Lichnos, descansar en la frescura de la vegetación del cauce del río Aqueronte, visitar las ruinas de Kassiopi o las de Nekromanteio o el enclave de Nikopolis. Acercarte a tomar algo a Preveza o visitar el Golfo de Amvrakikos y el bonito y frágil humedal que se extiende alrededor de Koronissia. Esa última Koronissia, fue una de las muchas excursiones que hicimos.


Koronissia es una solitaria población azotada por los vientos y rodeada por agua excepto por una estrecha carretera que la une al continente. Parece un pueblo de película del Oeste. Aparentemente vacío, pero solo en apariencia. Tiene casi todo lo que suele tener una pequeña localidad cualquiera. Una iglesia, la Panagia, que se halla en el interior de la población y que así queda resguardada de los vientos. También, cuenta con una pequeña capilla y un castillo: Koulia Koronissia. Este pequeño castillo fue construido por orden de los otomanos, en el siglo XIX, para fortalecer y proteger sus fronteras. 


La zona de Koronissia que da al lago Logaron es menos ventosa que la que da directamente a las aguas del Golfo de Amvrakikos. En esa área de la localidad dónde el viento incide más, se localiza un recogido puerto pesquero. Quizá por eso, en proporción a los habitantes, se agrupan allí una buena cantidad de bares y restaurantes, en dónde se sirve pescado y marisco. Probablemente, descargado de uno de esos barcos que vimos atracados en el puerto. También existen algunos alojamientos como el Asterias, o los apartamentos Koronissia y los Spyrou y poca cosa más. 



Los de Koronissia aprovechan las mejores zonas de sus alrededores para darse un baño. Conviene fijarse dónde se bañan los locales, porque existen muchas áreas fangosas cercanas a los humedales y no resultan tan agradables para el baño.


Si te gustan los humedales o lugares plácidos con aves zancudas y rica fauna, este es tu lugar.

No es un lugar lujoso. Todo lo contrario. Es un tanto descuidado, sencillo y al mismo tiempo salvaje; también sumamente poético, sobre todo al atardecer. 


Dicen que cerca de allí se ven nadar a los delfines y a las tortugas marinas, aunque nosotros no vimos ni lo uno ni lo otro. Eso sí, divisamos muchos flamencos, albatros y gaviotas.

Methana, descubriendo sus volcanes

Pasar de la brisa fresca de Lefkada al intenso calor del Golfo Sarónico no resulta muy atractivo, pero es lo que hicimos. Después de pasar 4 horas en coche y atravesar el Peloponeso arribamos a la península de Methana.


Methana casi parece una isla, su estrecho istmo así lo sugiere. Respira por tanto un aire isleño. Methana es vecina de las islas de Poros, Aegina y Agristi, pero su flora es mucho más diversa que en Poros, por ejemplo. Imagino que es debido a los componentes volcánicos del terreno.



Esta península se formó hace siglos por la eclosión de un gran volcán. Durante largos periodos de tiempo ha sufrido diversas erupciones de lava y piedras. De hecho, hay unas 30 calderas de volcanes y casi todas ellas accesibles todavía. Una de las panorámicas más bonitas de las cumbres picudas de los volcanes es la que se divisa desde el puerto o la playa del pueblo de Agios Georgios o de la de Agios Nikolaos, ambas localidades se hallan al norte de la península. Desde cerca del mar, los volcanes se ven imponentes.




Gracias a esa actividad volcánica la localidad fue famosa por sus aguas termales. Existe un abandonado balneario a la entrada de la ciudad. Sus aguas se filtran hacia el mar y tiñe sus alrededores de un azul celeste. Allí dónde más huele a azufre y sulfuro, se suelen bañar los que buscan las propiedades de este agua de manantial. 


Es fácil comprobar que Methana fue antiguamente un lugar turístico; así lo demuestra la cantidad de hoteles en estado de abandono total que se reparten por la franja litoral de la villa. Uno de ellos, de estilo Art-Decó, bien podría estar en Miami, al lado de cualquiera de los de Ocean Drive. 


Pese al insoportable calor húmedo y a la evidente dejadez de algunos edificios del litoral de la ciudad, Methana es encantadora, genuina y esencialmente griega. Su indudable sabor marino la hacen simpática. 

A pesar de ello, nuestra primera impresión fue la de exclamar: "dónde nos hemos metido". El calor y su apariencia descuidada nos desalentó. No obstante, con el paso de las horas y la llegada del atardecer y la brisa marina, nuestra primera impresión desapareció y pudimos disfrutar a tope de lo mucho que Methana ofrece al visitante. Ha sido un seductor descubrimiento. Cuando abres la mente, Methana te colma de vida.

            

     

             

Los atardeceres y los amaneceres eran intensos y rojizos. Los rayos oblicuos teñían el mar de dorado y cobrizo. Todo era hermoso. Desde nuestro balcón del alojamiento Akti Methana las vistas del amanecer eran únicas. Completamente distintas cada día.


Por las mañanas, el calor acechaba y buscábamos las mejores sombras cerca del refrescante mar. Por las tardes, cuando el sol empezaba a declinar, realizábamos las excursiones que necesitaban más esfuerzo: largas caminatas y la subida a los volcanes. Una de las mejores fue la de la caldera del volcán, Kameni Chora. Eso sí, para caminar por los senderos habilitados hay que ir bien calzado, sobre todo si quieres llegar a la cumbre de la caldera y no resbalar. Por las noches, paseábamos por el frente marino y nos sentábamos a tomar una cerveza.




Los pueblos y pequeños núcleos urbanos del interior de Methana están particularmente cuidados y limpios. De cualquier forma, vale la pena ir al interior de Methana y contemplar su rica flora. La conjunción entre la fértil tierra volcánica, la brisa y el rocío del mar dan una naturaleza exuberante y generosa. En verano, la vegetación se mantiene verde. Así que, nos imaginamos que en Primavera debe ser una sinfonía de colores, olores y flores de todo tipo. De hecho, en Methana se reúnen 12 especies diferentes de orquídeas. Algo inaudito. Algunas de estas orquídeas son endémicas de la zona.


Tampoco hay que perderse la playa de Paleokastro y el puerto de Vathi, al sur. Se come de maravilla en las tabernas y restaurantes de esta zona alrededor de Vathi. Aunque allí las playas no son de arena, el agua está tan limpia que te sorprende su transparencia. 
Methana no cuenta con playas como la de Milos en Lefkada o la de Simos beach en la isla de Elafonisos o Falasarna en Creta. Son playas rocosas, con piedras oscuras de color hierro oxidado, que oscurecen su rico fondo marino. No son playas de fácil acceso, en algunas para penetrar al agua simplemente colocan una escalerilla. Tampoco son playas panorámicas y extensas de arena dorada, pero nos fascinaron y nos lo pasamos muy bien. Tanto como para volver otra vez a Methana, otro año. No sé cuando, porque se nos acumulan los sitios que queremos conocer de Grecia.