Durante un buen trecho, la carretera que te conduce hasta la playa de Karavostaki recorre en paralelo un pequeño riachuelo.
Esta calzada atraviesa una zona de una asombrosa variedad de árboles: pinos, laureles, cipreses, olivos, higueras, encinas, etc. En algunos tramos del camino, la temperatura descendía gracias a la frondosidad de los árboles. La sensación de frescura era muy agradable.
Si algo caracteriza la playa Karavostaki es la transparencia casi irreal de su agua También, la tranquilidad del mar. Ideal para familias con hijos. Sin embargo, es una playa profunda, enseguida cubre, pero como el mar suele estar calmo, flotas sin apenas esfuerzo.
La playa es grande, aunque queda delimitada en ambos lados por altos acantilados. Dispone de buenos servicios de hamacas y parasoles. Además, de una buena zona de aparcamiento. Algo indispensable si vas en coche.
Hay tabernas, restaurantes, hoteles con pocas habitaciones y pequeños resorts. Sin embargo, desde la playa solamente ves el verdor de los árboles, la arena casi blanca, los frondosos acantilados y el inmenso mar azul. Únicamente, en uno de los acantilados asomaban las diferentes construcciones de un resort.
Sin ni una nube, muchas playas de esta zona del mar Jónico mudan su característico color de azul a lo largo del día. Las tonalidades de azules cambian con el paso de las horas, van desde el azul celeste al turquesa-esmeralda. Cuando el sol del mediodía da de lleno en el mar, el azul se vuelve intenso y brillante. Cegador.
Sin dudarlo, esta fue una de las playas de esta región que más me gustaron. Placidez, limpieza, silencio (sin música, sólo el sonido acompasado del mar) y el agua del mar como un espejo ¿Qué más se puede pedir? ¡Ah! y también disponía de buenos servicios. Ideal. Relajante.
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