Llegamos al mediodía a nuestro alojamiento en Guimarães:
Casa do Juncal.
La recepción fue cálida,acogedora y muy eficiente -deberían
tomar nota algunos hoteles de cinco estrellas, que descuidan el primer contacto
con el cliente-.
Nuestra elección tuvo en cuenta la buena situación del
alojamiento dentro del centro histórico de Guimarães. Cerca de todo lo más
interesante, pero a la vez alejado del barullo de los bares y restaurantes del
centro. Aunque está solo a unos pasos del Largo de Toural y de las Praças da
Oliveira y S. Tiago, no se aprecian los molestos sonidos de los alborotos
típicos de las salidas nocturnas, porque su localización es excelente cerca del centro neurálgico de la ciudad y en una esquina de la Praça da Condessa do
Juncal.
La Casa do Juncal ha recuperado un edificio del siglo XVIII. Un típico edificio con blasones, como muchos paços portugueses, pazos gallegos y casonas asturianas y cántabras. La recuperación del edificio ha tenido en cuenta las necesidades actuales de confort.
Mantiene las características constructivas más importantes, como la magnífica fachada blasonada con una restauración arquitectónica más actual y moderna. La rehabilitación del edificio se ha realizado manteniendo al máximo la estructura original de la casa, pero añadiéndole elementos constructivos que aligeran el espacio - como la gran cristalera que divide y a la vez unifica el comedor y el jardín -. Todo se ha realizado con esmero y la primera impresión que tienes al acceder al alojamiento es muy satisfactoria.
Nos alojamos en una suite interior. Nuestras ventanas daban al jardín de la casa. Por las noches, la iluminación del jardín daba una aire romántico a la estancia.
Nuestra habitación, disponía de un pequeño salón con sofá,
armario, una pequeña mesita con calentador de agua para hacer infusiones y un
televisor. Todo de un diseño contemporáneo y cálido que hacia que te sintieras
como en casa. Sobre todo por la calidez del parquet y las mullidas alfombras
que le daban a la estancia un aire de hogar.
El cuarto de baño completo, con ducha (mucho mejor que la típica e incómoda bañera), con los detalles de bienvenida de la casa Molton Brown, toallas blancas impolutas con el logotipo del hotel bordado y unos estupendos albornoces.
Los desayunos, sencillamente memorables. El día anterior pedías lo que querías desayunar al día siguiente. Algo así como un desayuno a la carta. Te lo servían en el comedor que daba al jardín.
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