Nuestro alojamiento en Malta estaba en Rabat, ciudad que creció en los extramuros de Mdina. Son vecinas. No se entiende Rabat sin Mdina, ni Mdina sin Rabat. Se complementan. En Rabat el bullicio y la vida cotidiana están muy presentes. Se suceden las tiendas de todo tipo: panaderías, negocios, farmacias, escuelas. La vida bulle. En Mdina la emoción, la reflexión, el silencio y la calma es su distintivo.
Durante años, Mdina fue la capital de Malta. Hasta que en 1570 La Valetta pasó a ser la capital de Malta. Mdina no podía crecer más porque es una ciudad fortificada. La muralla defensiva que rodea todo su perímetro es impresionante, con un gran foso -que actualmente está ajardinado (Howard Garden)-. Se halla en uno de los puntos más elevados de Malta. Su localización es estratégica. Además, se aprovechó el natural desnivel del terreno para la edificación del muro defensivo, de este modo facilitaba su protección y la convertía en una fortificación inexplugnable.
La cercanía de Mdina con Rabat y de nuestro alojamiento nos facilitaba ir de una a otra con una agradable caminata de pocos metros. Íbamos de Rabat a Mdina por la tarde, cuando el sol se ponía, y también por la mañana cuando Mdina estaba aún dormida. A esas horas la afluencia de turistas era mínima. Lo primero que nos extrañó al entrar en Mdina fue su quietud. A Mdina se la conoce como "La ciudad del Silencio" y no es de extrañar. Allí el silencio está muy presente. Un silencio envolvente. Quizás el silencio se debe a sus altos muros de piedra que la rodean y que impiden que lleguen los ruidos del exterior, como el de los coches que circulaban por la cercana carretera o del bullicio de Rabat. Es una ciudad peatonal, solamente acceden al recinto amurallado algunos coches para carga y descarga.
La primera vez que entré a la Mdina me impresionó lo bien conservada, cuidada y limpia que estaba. Es un claro ejemplo de ciudad medieval. Sus laberínticas y estrechas calles, de trazado irregular, con edificios con muros de piedra de color ocre-dorado impregnan a la villa de una tonalidad especial. Cálida y acogedora. Entrar a la Mdina es adentrarse en otro tiempo. En nuestra primera visita accedimos por la entrada principal de la fortificación. Es decir, cruzando el puente y la Puerta de Mdina. Esta entrada se halla entre el Bastión de Redin y el Bastion de Homedes o de San Pablo. En el Bastión de San Pedro, se halla otra entrada de acceso llamada Puerta Griega (Greek's Gate).
La Orden de San Juan de Jerusalén tenía como Gran Maestre al portugués Vilhena que encargó construir la actual puerta de entrada a la villa, por donde accedimos nosotros. La encargó al arquitecto francés C. François de Mondion, en 1724. Este arquitecto la diseñó al estilo barroco -el estilo imperante en la época- sustituyendo así a la anterior puerta medieval. Cruzada esta entrada, y a mano derecha, se halla el Palacio de Vilhena, gran edificio que alberga en su interior el Museo de Historia Natural de Malta. Enfrente está la oficina de Turismo.
Seguimos nuestro recorrido por Mdina, asombrados por la magnitud de los edificios de su interior. Mdina es uno de los lugares con más encanto de Malta. Ni te imaginas lo bonito que es. Lo mejor es perderse por sus estrechas calles que conducen a iglesias, conventos, capillas, palacios, casas señoriales.
En el centro de Mdina, en la plaza principal, se halla la espectacular Catedral de San Pablo, un edificio barroco flanqueado por otros dos edificios del mismo estilo. Uno de ellos es el Museo Catedralicio, antigua sede del Seminario. Aún se puede leer en la fachada, en una cartela, la inscripción: "Seminarium Magni Sancti Pauli". En la entrada o puerta principal de acceso a este museo, se pueden ver las dos figuras de titanes que sostienen la balconada barroca. Es una entrada teatral. Impactante.
Otro de los edificios emblemáticos de Mdina es el Palazzo Falson. No pudimos acceder a su interior. Tampoco hay que perderse el edificio del Ayuntamiento o Consejo Local de Mdina. Está un poco escondido, pero la puerta suele estar abierta y puedes ver su patio interior. También recomiendo visitar la plaza del Bastión, las vistas son panorámicas. Igualmente, y aunque está un poco escondida, merece la pena darse una vuelta por la recogida y bonita plaza de la Mezquita. Me fascinó.
Otra de las construcciones que más me sorprendió fue la iglesia convento Carmelita. Las Carmelitas llegaron a Malta en 1418. Una noble dama, Margarita de Aragón, dejó escrito en su testamento que la capilla y las tierras adyacentes fueran para cualquier orden religiosa que aceptara instalarse allí. Así lo hizo un grupo de la orden de Las Carmelitas. Se instalaron en Mdina.
La iglesia convento es un bloque compacto exteriormente humilde, en una de sus esquinas se puede ver la escultura de la Virgen del Carmen con Jesús Niño. La Iglesia erigida con sillares de piedra ocre-amarillo-dorado (el color de la tierra de Malta) es austera, pero su interior es colorista. Es en su interior donde los rojos y azules están muy presentes. Al observar su sobrio exterior uno no puede imaginarse su riqueza interior. Es difícil no conmoverse ante su visión.
2 comentarios:
Pues merece mucho la pena. Yo cuando estuve en Malta no tuve tiempo de visitarla. Bonitas fotos.
Sí, merece la pena. Me gustó mucho y Rabat, también. Son tranquilas.
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