Cuando planifiqué el viaje, tuve en cuenta que quería
conocer tres enclaves singulares sobre todo por su localización. Su
característica principal debía ser la de ser lugares aislados de difícil acceso
para así poder disfrutar de unas relajadas vacaciones. Lejos, por supuesto, de los
tumultos típicos del verano mediterráneo. De manera que esperaba paisajes originales,
playas poco concurridas y tranquilidad. Pero, el resultado fue mucho mejor de lo
planificado. De hecho aún hoy me asombra la baja ocupación turística de algunos
de los más hermosos destinos del Peloponeso.
Los parajes de sudeste del Peloponeso son singulares. Únicos. La comida deliciosa. Aún encuentras platos de
esos que cocinaban nuestras abuelas y las playas mantienen en muchas zonas el
agua cristalina.
A la ida, nuestro avión, de la compañía Vueling, llegó al
aeropuerto de Atenas puntualmente a su hora. Al contrario que a nuestro regreso, que
salió con 1 hora de retraso y con problemas con el aire acondicionado. Me gustó
mucho más la compañía aérea del año pasado: Aegean Airlines.
Desde España, teníamos reservado un coche de alquiler en el
mismo aeropuerto. Tras recogerlo, pusimos rumbo a Corinto por la E94, la entrada natural al Peloponeso.
Conocíamos el trayecto hasta Corinto porque el año pasado fuimos a la península de Mani, con una parada en Mistras para ver el enclave arqueológico y en Kardamili, pequeña ciudad a orilla del mar, en la cual vivió unos años el escritor inglés Patrick Leigh Fermor.
Conocíamos el trayecto hasta Corinto porque el año pasado fuimos a la península de Mani, con una parada en Mistras para ver el enclave arqueológico y en Kardamili, pequeña ciudad a orilla del mar, en la cual vivió unos años el escritor inglés Patrick Leigh Fermor.
Este año, nuestro destino pasaba por tres regiones o nomós
griegas. Las tres en el Peloponeso: Arkadia, Laconia y Argólida.
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