Normalmente, elegimos el viaje por el entorno, por lo que nos puede ofrecer el lugar. Del mismo modo, elegimos el hotel por su cercanía a ciudades que queremos conocer. Escogimos el hotel Quinta da Cruz por su proximidad a Amarante y porque desde este hotel podíamos ir, sin hacer muchos kilómetros, a la iglesia de Telões, al monasterio de Travanca y al castillo de Arnoia.
Amarante no es una ciudad como Guimarães que mantiene en perfecto estado de conservación una gran parte de su centro histórico.
Amarante sufrió un incendio que redujo a cenizas sus edificios más emblemáticos. Su resistencia ante las tropas napoleónicas le pasó factura. Por ejemplo, los restos de la Casa dos Magalhães quedan como símbolo y baluarte de la resistencia de la ciudad frente a la invasión de las tropas francesas. Una esplendida casa solariega, tipo palacio, en la que se aprecia perfectamente que fue destruida por el fuego.
Pese a que Amarante no dispone de un rico patrimonio arquitectónico, son muchos los edificios que merecen la pena visitar, como la Casa da Calçada o el Monasterio de São Gonçalo. Además, dispone de un bonito e idílico puente de piedra, actualmente reconstruido, cuyo origen es del siglo XIII. Puente que durante siglos ha unido las dos orillas.
El río Támega discurre a lo largo de la ciudad. Un pequeño paseo - la Via Verde o Ecopista - recorre ambas orillas del río Tâmega a su paso por Amarante. Cuando el tiempo está calmo muchos pescadores se acercan al río a pasar las horas, intentando pescar, aunque en realidad se trata de una excusa. Todos son conscientes de que es un magnífico punto de encuentro para charlar tranquilamente sin estar encerrado en un bar.
En verano, se habilita una zona de baño en el río Tâmega para huir del fuerte calor del estío. Es una amplia área cerca de un molino, con árboles y vegetación. En invierno, la hierba verde cubre parte del ese terreno.
Comimos en Amarante, para aprovechar la mañana y la tarde, antes de que se hiciera de noche.
No tenemos especialmente un buen recuerdo de la comida. De hecho fue el día que comimos menos bien de nuestra estancia de 10 días en Portugal. Eso sí, disfrutamos de un atardecer precioso a orillas del Tâmega, después de tomar un buen café y unos fantásticos dulces típicos de Amarante en una recomendable pastelería situada en la Rua 31 de Janeiro. Nos recordaron a los mazapanes españoles, aunque un poco más suaves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario