Buscar este blog

25 diciembre, 2017

Gruissan, imprescindible

Gruissan está considerado uno de los pueblos más bonitos de la la costa de Narbona. Su estructura circular en torno al antiguo castillo y a la Tour Barberousse resulta peculiar. Las calles se agrupan en forma de circunferencias concéntricas.

Desde la cima del antiguo castillo, al lado de la torre, es dónde se aprecia mejor su original organización urbanística. Las vistas desde allí son de 360º. Puedes observar perfectamente, la disposición de la ciudad y los alrededores de Gruissan.


Llegamos a Gruissan por la carretera D232 desde otro bonito pueblo: Bages. La carretera esquiva y bordea la laguna –Étang de Bages-Sigean y Étang de Gruissan-, el Canal de la Robine y las zona de las marismas de l’Île Saint Martin. Desde la carretera, lo primero que se ve de Gruissan es la imponente y semiderruida Torre de Barberousse.


Para nosotros, lo mejor de Gruissan es que es un lugar ideal para estar muchos días sin aburrirte. Es un destino ameno y tranquilo al mismo tiempo. Cuenta con un entorno muy variado y cada día puedes hacer una excursión diferente. 

Tienes al lado la Reserva Natural de La Clape. Un macizo, de poca altura, de 15 kilómetros de largo por 8 kilómetros de ancho. Puedes recorrerlo sin dificultad en bicicleta o andando. Posee zonas de pinares y otras de viñedos. También, se encuentra allí la famosa Chapelle Notre-Dame-Les-Auzils.


Otra excursión interesante es visitar las Salinas de la isla de San Martín- Le Salin de Gruissan-. Nosotros aprovechamos el paseo y comimos en la taberna o restaurante Le Cambuse du Saunier. Desde que cruzamos el puente que une Gruissan con las salinas, nos acompañó el profundo olor marino a salitre. 

Las salinas tienen un espacio de venta de artículos variados. Puedes comprar sal de la zona, vino y otros productos de proximidad. Cuenta con un pequeño espacio tipo museo en dónde se explica la técnica de extracción de sal de estas salinas. Es pequeño, pero interesante.


Nos gustó especialmente bordear el Canal de la Robine, caminar por los senderos que rodean el pequeño Port Tetard, visitar el antiguo Port Nautique de Narbone, las largas playas de arena de Gruissan y principalmente la zona de Les Chalets. 

Quizás una de las playas que más nos gustaron y seña de identidad de Gruissan es: la playa de los Chalets. Está muy bien organizada y sólo por verla ya merece la pena el viaje. Es preciosa. De arena fina, que se levanta como un velo cuando sopla el viento. En esta playa, verás un montón de personas haciendo windsurf y kitesurf. 

La zona edificada de Los Chalets tiene un trazado lineal y en cuadrícula. Los edificios son pequeños chalets de playa. Muchos construidos en madera y la mayoría edificados sobre pilotes a finales del siglo XIX. Algunas calles no están asfaltadas y la vegetación típica de las dunas campa entre los pilotes de las casas. Fuera de temporada, el falso abandono, la belleza sencilla y atemporal de los chalets te invade y te subyuga.



Nos encantó recorrer el paseo de la playa de Gruissan- playa de Les Chalets- hasta llegar a Le Perle Gruissanaise –vivero de ostras, almejas y mejillones-. Todo este entorno, de lagunas, playas y marismas, forma parte del Parque Natural Regional de la Narbona. Un espacio de una rica biodiversidad. Vimos muchísimas aves diferentes. En realidad, las lagunas de esta área están formadas por zonas con agua salada y otras de agua dulce. Una combinación perfecta para las aves. Podrás observar: gaviotas, garzas, flamencos rosas, entre otras aves migratorias. Es un rico concierto visual y sonoro. 


Gruissan tiene dos puertos uno en la ribera derecha y otro en la ribera izquierda, ambos son grandes y modernos. Puedes pasear por ellos tranquilamente mientras admiras los grandes veleros allí atracados. Es la zona más moderna de Gruissan, sin embargo está muy cerca del casco viejo.


Otro lugar para visitar si estas en Gruissan son las playas de Grazel y la de Mateilles. De paso, contempla la laguna de Mateilles. Está justo en paralelo a la playa de arena. Desde allí, puedes ir a la zona conocida como Les Aygudes. No está lejos.


Pasear por la isla de San Martín es otro de sus alicientes Puedes acercarte hasta el recinto arqueológico romano que está en medio de grandes viñedos o ir a ver como venden pescado los pescadores de la zona. Con viento, tiene un aire salvaje, inhóspito, como si se tratase de un poblado en el fin del Mundo.


No puedo pasar por alto la rica arquitectura popular de Gruissan. Los edificios más interesantes están en el núcleo más antiguo de la ciudad. Casas de piedra con porticones de colores. Nos dimos cuenta que el entramado circular de las calles protege la ciudad de la fuerte y continua brisa que suele hacer por esa zona. 

Aunque el centro histórico no es muy grande, dispone un centro de congresos y exposiciones, oficina de Turismo, de tiendas, interesantes alojamientos, pastelerías ¡qué rico estaba el pan! y buenos restaurantes. Nosotros comimos muy bien allí, entre ellos, en el pequeño restaurante Au Fil de l'Eau. Cocina francesa, ni más ni menos. Pese a la calidad creo que, este restaurante cerró sus puertas un par de años después de nuestra visita.

 
Debo decir que, Gruissan es uno de los pueblos costeros cercanos a Narbona más bonitos e interesantes. La presencia del mar es constante y da vida a un paisaje heterogéneo. Eso lo tiene en común con otros dos pueblos costeros: Peyriac-de-Mer o Bages. Aunque, Gruissan es más completo. Tiene al lado la ciudad de Narbona. No está lejos de Carcasonne y de la ruta de las fortalezas cátaras o de la Abadía de Fontfroide. Aparte de todo eso, cuenta con playas largas de arena fina. Un punto importante, si vas en verano.

Desde luego, alojarse en Gruissan es una buena base para realizar multitud de excursiones diferentes y conocer mejor y más profundamente esta reserva natural del litoral francés.

11 diciembre, 2017

Leucate, vivre le plaisir


Aunque, existen diferentes formas de llegar a Leucate, nosotros escogimos ir por la carretera de la costa. Por la D81 para coger la D81A y más tarde la D83. Es una ruta más lenta que la de la autovía que pasa por Perpignan, pero  disfrutas de mejores vistas al mar. Un viaje a este territorio vale la pena tomarlo con calma, porque el paisaje lo merece. 

Desde luego que, lo que tratábamos de hacer era un viaje más tranquilo en el que pudiéramos observar mejor la bonita costa del sur de Francia.


Pasamos por Sain Cyprian, Canet-en- Roussillon y Le Bacarès. Zonas turísticas de la costa francesa del Golfo de León, que mantienen su encanto durante todo el año, aunque haya una considerable afluencia de turistas.

Esta región cuida de la Naturaleza. Existe un gran número de zonas naturales, muchas protegidas, como la Reserva Natural de Mas de Larrieu y los Estanques de Canet-Saint- Nazaire y el de Salses-Leucate.


Vimos largas playas, antes de llegar a Leucate, kilométricos arenales entre Saint Cyprian, Canet -en- Roussillon y Le Bacarès.  

La llegada a Leucate desde Le Bacarés es impresionante. Ves la colina y la ciudad protegida y a sus pies el estanque salado y las construcciones de viveros para el cultivo de las ostras y el mejillón. 

Antiguamente, la ciudad de Leucate era una isla pero, con el tiempo, ha quedado unida al continente por un largo trozo de tierra. El mar está presente de forma continúa en Leucate: playas, puertos, acantilados, estanques o lagos salados y el omnipresente mar.

Nos hizo un tiempo estupendo y pudimos bañarnos en el limpio mar de la playa de Mouret, en Leucate. Una playa grande de arena clara, con el agua del mar transparente.


Sobre todo, Leucate es conocida por sus ostras y también por sus playas. Sin embargo, el reconocimiento no se debe sólo a eso. Es una ciudad vibrante. Lecaute nos pareció una pequeña ciudad apacible, muy bonita y colorista.

Un paseo por la zona más antigua de la villa, permite la observación de las fachadas de brillantes colores y los porticones de las ventanas, que también están pintados de alegres colores. Combinaciones cromáticas audaces y atractivas. Colores que nunca pensé que combinarían tan bien. Fachadas rosas con porticones azules, o verdes con fucsias o naranjas y azules. Se trata de algo característico de esta zona. La mezcla  atrevida de un sinfín de colores.


Como también lo es ver gente sentada en las terrazas de los bares, conversando. La calle y las plazas como espacio común de ocio y de contacto entre vecinos. Relajante.

Un lugar aparentemente tranquilo, aunque en algunos momentos podíamos oír el intenso tráfico de la autovía, como en lo alto de la colina dónde se hallan las ruinas de una vieja fortaleza: el Castillo de Leucate. Pero las casas y el entramado de la ciudad evitan en cierto modo que lleguen los ruidos exteriores del tráfico de la autovía. Así que, en el interior del pueblo el silencio de coches es lo que prima.


Subimos al derruido castillo para contemplar las vistas que desde allí se divisan y que son de 360 grados. En la zona más alta del castillo hay una pequeñísima ermita, con tres grandes cruces y a su lado paneles explicativos de la historia de Leucate, del Castillo y de sus alrededores. 


La zona de Leucate es ideal para la práctica de deportes relacionados con el mar: kitesurf, windsurf, piragüismo, buceo, esquí acuático y vela.

Sin embargo, a nosotros lo que nos gusta es caminar y en Leucate pudimos hacer largas caminatas. Algunas rutas son de corto recorrido, sin embargo también las hay de varios kilómetros.
Existen varios senderos señalizados: 
  • La ruta del vino
  • La ruta de los acantilados
  • El Faro del Cabo de Leucate
  • Caminar hasta la playa de La Franqui
  • Sendero que rodea el castillo