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30 mayo, 2016

La Vinya, en Vilafamés


La Vinya es un bar-restaurante en el cual puedes tomar tapas o bocadillos o degustar el menú del día o a la carta. Conviene siempre reservar con antelación, en especial si vas los fines de semana o algún festivo, dado que suele estar lleno de gente que quiere degustar su cocina. No hay muchas mesas y el local es sencillo. Es un lugar clásico, de los de toda la vida.
Por su decoración humilde, no te imaginas que se coma tan bien. Así que no te fies de las apariencias. A veces, engañan. La decoración es simple y sobria, pero la preparación de los platos es elaborada y creativa y la matería prima de buena calidad.


En la Vinya, se practica una cocina tradicional con toques imaginativos. El rabo de toro es un clásico y también la olleta, pero la carta ofrece otros platos que no tienen nada que ver con una cocina tradicional.
Nos sirvieron las berenjenas con un rebozado que parecía una especie de tempura, con miel, y estaban muy ricas. Así como el revuelto de gambas o las albondigas de sepia. Otro día, nos decantamos por una ensalada, la olleta y el rabo de toro y acertamos al 100%. Se come igualmente bien si pides el menú del día o a la carta. Nosotros elegimos un día el menú y otro comimos a la carta.



Como suelen hacer la comida al momento, conviene tener paciencia con la espera. Luego, cuando llegan los platos, los disfrutas.
El trato de los propietarios es excelente. Son cercanos, amables y simpáticos y te aconsejan muy bien. A nosotros nos sugirieron un vino y nos gustó mucho la elección.
Las mejores mesas que aparecen en la fotografía corresponden a las ventanas que dan a la parte de atrás. Desde ellas, se divisa una panorámica, casi aérea de Vilafamés.

21 mayo, 2016

Vilafamés, la roca roja

No llegamos a Vilafamés por la carretera principal, sino por una sinuosa carretera comarcal que atraviesa gran parte del Parque Natural Desierto de las Palmas.


Un paraje que no hace honor a su nombre, porque de desierto no tiene nada o por lo menos cómo uno se imagina que es un desierto. Al contrario, es una zona rica en vegetación típica mediterránea. Por esta área del Desierto de las Palmas también se agolpan una gran cantidad de fuentes con agua de manatial.


Vilafamés se localiza en el interior de la provincia de Castellón,  en la comarca de la Plana Alta

Por su ubicación elevada, el pueblo se distingue desde la lejanía. Gran parte de su centro histórico más antiguo se asienta sobre una picuda colina. Lo primero que ves es la torre circular del Castillo y el campanario de la Iglesia parroquial.


En la parte más prominente, la construcción laberíntica y estrecha de sus calles medievales impide circular por ellas con coche. Lo que hicimos nosotros fue aparcar en la entrada del pueblo y después subir las empinadas cuestas hasta nuestro hotel.


Nuestro alojamiento, l'Antic Portal, se hallaba en una inclinada calle, muy cerquita de la famosa Roca Grossa. Esta roca es una mole enorme de color negro y rojo que se halla suspendida de la ladera de la colina. La Roca Grossa parece contradecir todas las reglas de la gravedad. La gente se hace fotos a  su lado, porque es bien curiosa y yo no iba a ser menos.


Lo que hace único y diferente a Vilafamés es su peculiar color rojizo dado que está edificada sobre la propia roca roja conocida aquí como piedra Rodeno, aunque su verdadero nombre geológico es el de arenisca Triásica del Bundsantein.  


Además, esta misma piedra roja de la colina ha servido como material para hacer los sillares de una gran parte de los edificios. Algunas casas encaladas han dejado a la vista, como adorno, una buena parte de sus sillares rojos.


Vilafamés está considerado como uno de los pueblos más bonitos de España y yo no lo pongo en duda. Ya que la parte medieval, es decir, la zona del Castillo y sus arrabales y  las calles colindantes a la Iglesia son verdaderamente espectaculares. Las casas están restauradas con esmero y las calles están limpias y cuidadas. Muchas de ellas, aparecen decoradas con grandes macetas con plantas y flores. Da gusto pasear por estas estrechas callejuelas porque encuentras sorpresas a cada vuelta de la esquina.


Quedan en pie una buena parte de las antiguas murallas que protegían a la población de posibles ataques. Así como el Castillo de origen árabe aunque de esa etapa ya no queda prácticamente nada, y los restos actuales son de época cristiana.
Hay dos iglesias que merece la pena visitar: la de la Asunción del siglo XVI y la antigua Iglesia de la Sangre del siglo XIV.


Uno no puede perderse tampoco el interesante Museo de Arte Contemporáneo "Vicente Aguilera Cerni"  -MACVAC-. Situado en un antiguo palacio gótico, el Palau del Batlle, construido entre los siglos XIV y XV.


Si te gusta el arte, el museo no te defraudará, porque contiene obras que van desde los años 20 del siglo XX hasta la actualidad. Se trata de un interesante recorrido por el arte contemporáneo, con estilos que pasan por el Surrealismo, el Realismo, el  Hiperrealismo, la Abstracción, el Pop Art, el Arte Cinético, el Arte Povera, el Minimal Art y un largo etcétera.

16 mayo, 2016

Molí del Duc, rústico y singular

Después de una estupenda caminata por los alrededores de Aín, decidimos comer en el pueblo. Aunque Aín no es muy grande, puedes comer en diferentes restaurantes. Alguno de ellos, sólo abre sus puertas los fines de semana.

Había leído buenas críticas del restaurante Molí del Duc y fuimos allí después de tomar unas tapas en el bar de la cooperativa de Aín.

Como sugiere su nombre, el restaurante Molí del Duc está situado en un viejo molino. Grandes arcos y altas paredes de piedra forman parte del diseño y la configuración de la construcción del molino. Desde luego, es un edificio singular. Preside el espacio una gran chimenea y algunas prensas hidráulicas que animan a crear ambiente. Tiene mérito integrar un restaurante en un espacio tan peculiar.
Unos altos ventanales dan al Barranco de la Caridad. Desde ellos, se aprecian las fértiles huertas y el pequeño río Ana que nace en el Barranco de la Caridad y que pasa a los pies de Aín. 


La estructura rústica del restaurante no hace sospechar que la comida que sirven sea tan sofisticada y creativa. Fue una verdadera y agradable sorpresa comer allí. Lástima que el restaurante no sea muy conocido - puede que sea por su localización -, porque la amabilidad del propietario y el buen hacer de la cocina merecen un cálido reconocimento.

Pedimos el menú del día. Un menú a un precio mucho más que razonable, en el que entraba un primero, un segundo y el postre. Solicitamos platos diferentes para poder compartir: ensalada, crema de calabaza, bacalao y pollo. La tarta Tatín del postre estaba muy rica.
Las cantidades no eran excesivas, pero la calidad era evidente. Me pareció buena la relación calidad-precio. 
No sé si con el tiempo habrá cambiado la gerencia de este establecimiento o si habrá cerrado.

03 mayo, 2016

Aín, entre montañas

Temprano, justo después de desayunar, nos pusimos en camino hacia Aín. Teníamos que pasar por Soneja y Azúebar y llegar hasta la zigzagueante carretera CV-219 que pasa por Chóvar y se encuentra con la carretera CV-223 que discurre por Eslida para, finalmente, llegar a Aín. 

Pasado el pueblo de Chóvar, hicimos una parada para contemplar, desde un alto, el paisaje de esta zona. Era impresionante.

Aín es un pueblo pequeño con pocos habitantes igual que muchos otros de la zona, como Almedíjar, Veo o Chóvar. Cuenta con poco más de 100 habitantes fijos, cantidad que queda duplicada en los meses de verano. 
Pertenece a la comarca de la Plana Baja, por eso es más fàcil llegar hasta Aín si lo haces vía Alcudia de Veo, Vall de Almonacid y Segorbe en lugar de por Soneja, Azúebar y Chóvar.

Aín está a los pies del Pico Espadán de más de 1000 metros de altura, en un pequeño valle rodeado de altas montañas, aunque el núcleo urbano de Aín se halla edificado sobre una pequeña colina o loma. 

Alrededor de la Iglesia parroquial del siglo XVIII, se estructura el trazado sinuoso de las estrechas callejuelas. Actualmente, la mayoría de las casas del centro de Aín están encaladas y le dan un aire especial al pueblo. Recuerda un poco el estilo de los pueblos blancos de Andalucía.



Quedan en pie, muy cerca del núcleo urbano, en la Solana, los antiguos Corrales, con sus arcos y patios interiores, en los que se resguardaban los animales y que además, servían para almacenar las cosechas.




También, quedan en pie un gran número de molinos, algunos hidráulicos, como el Molino de l’Arquet o el Molino de Arriba, Molino de la Luz o el Molino de Abajo.

Por la zona, existe una considerable cantidad de fuentes como la de San Ambrosio, la Fuente de la Caridad, del Juncaret y la del Barranco del Roig, entre otras. Cuando visitamos el pueblo, hacia meses que no llovía y algunas fuentes no tenían su caudal habitual.


Desde el pueblo salen diferentes rutas y senderos. Están bien señalizados y los puedes recorrer sin problemas. Nosotros recorrimos, entre grandes alcornoques y carrascas, un tramo del sendero que desde l’Ombría llegaba hasta la pista de del Camino del Palomar.


Aprovechamos que estábamos en Aín, para comer en el Molí del Duc. Comimos de maravilla. Comida casera con toques absolutamente imaginativos. Nos extrañó que no hubiera más gente en el restaurante. Porque el lugar merece mucho la pena. Es un antiguo molino, está restaurado y cuidado con mimo. Limpio y tranquilo (he leído que ha cerrado).