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11 febrero, 2020

Évora, la bella

Llegamos a Évora procedentes de la diminuta Evoramonte. Desde la lejanía, Évora se nos aparecía como en un espejismo. En esta ilusión, las cúpulas de A Sé (la Catedral de N. S. da Assunção) flotaban quedando suspendidas sobre la ciudad.

Mientras la fortaleza de Evoramonte, que contiene un pequeño burgo, es un lugar sosegado y contemplativo, Évora por contraste nos parecía una gran urbe. Es grande, no obstante a medida humana. Es muy cómodo pasear por la ciudad. Sin embargo, muchas de sus calles están en pendiente. Eso hay que tenerlo en cuenta. De todas formas, es sencillo desplazarse de una punta a la otra de la ciudad.


Tras entrar a las murallas por la rua do Raimundo, nos dirigimos a nuestro hotel a dejar las maletas. El hotel era el Moov Évora. Un alojamiento sencillo, pero muy, muy práctico y excelentemente comunicado. Se localiza a dos pasos de la praça de Giraldo. Es decir, está en el centro-centro. Nuestra habitación daba a una calle trasera tranquila. Ni un ruido, por las noches. Calma total.

 

Desde el hotel, nos dirigimos a la praça de Giraldo. Un lugar que siempre está animado y por el que pasa todo el mundo. Es el centro neurálgico de la ciudad. Desde allí tomamos la rua Joao de Deus. Una calle repleta de comercios y dónde puedes encontrar de casi todo. Aunque, me dio pena comprobar que han abierto grandes comercios de esos que están en todos las ciudades y que son todos idénticos. Eso sí, en la centenaria Casa Bacharel del  Largo Luis de Camões, nos paramos a comprar los jabones Brito (me gustan mucho). A partir de ahí, después de comprar, vagamos sin rumbo hasta que anocheció.

 
 

Por la mañana, la ciudad estaba pletórica de vida. Las calles limpias. Fuimos hasta la Praça 1º de Maio para ver el Mercado Municipal. Pavos reales trotaban a nuestro alrededor. Una curiosa imagen. Nadie estaba sorprendido, con lo que deducimos que eso era habitual. Que los pavos reales saliesen en libertad del jardín vecino al Mercado Municipal.

 
 

Tanto esta zona, como el largo de S. Francisco, son dos áreas concurridas. Los evorenses/eborenses van de un lado al otro. En un trajín sin fin, el típico de una ciudad que bulle y vive. Eso sí, son tan amables que, si pueden, te acompañan hasta el lugar que buscas, sin ningún problema. Sin afectación, ni desgana, lo hacen con amabilidad y simpatía.

 
 
 

Por la rua Cicioco y Machede deambulamos sin rumbo fijo. Aunque, no sabemos cómo nos plantamos a los pies de A Sé sin llevar un mapa y recorriendo las intrincadas calles que nos obligaban a veces a desandar lo andado. 

Volvimos a la Catedral los siguientes días dado que queríamos ver su interior, y también porque desde allí podíamos escoger qué calle seguir para conocer otros puntos de la ciudad que nos quedaban por conocer.