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05 marzo, 2017

Portugal

Este enero hemos regresado a Portugal. Nos gusta su aspecto auténtico. Su fuerza para afrontar las dificultades y sobre todo la simpatía nada forzada de la mayoría de los portugueses. Siempre te suelen contestar sin prisas y con una amplia sonrisa. Por lo menos, esa es nuestra experiencia personal. Especialmente amables fueron con nosotros en Cabeceiras do Basto. Tenemos un buen recuerdo.


Las sensaciones que vivimos cuando estamos en Portugal son difíciles de expresar y por lo tanto difíciles de transmitir. Nos sentimos bien allí. Nos aporta felicidad. Nos transmite paz.


Tengo una amiga en el trabajo, a la que quiero mucho, pero con la que no estoy de acuerdo sobre su percepción de Portugal. Ella me dijo un día hablando de viajes. Que no vuelve a Portugal, porque ya estuvo en Lisboa y en Oporto. Su visión es que una vez vistas las dos ciudades ya has visto todo Portugal, porque no hay diferencia entre las ciudades. "Vista una, vistas todas" me comentó. 

No estoy de acuerdo en absoluto. Yo percibo perfectamente la diferencia. Aunque tengo que reconocer que existe una arquitectura y una ornamentación homogénea que agrupa a la mayoría de las iglesias y los monasterios portugueses, así cómo a sus castillos. 



Podría decirse que, como el resto de Europa, Portugal buscó un hilo conductor para unificar su territorio, a través del trazado de sus ciudades, frente a las invasiones y las guerras. Este hecho unificador fue secundado con una inconfundible arquitectura y con una original cerámica. Lo emprendió para diferenciarse como nación. Creando un estilo propio que reconoces rápidamente como portugués. Se trata de la singularidad portuguesa.


Por ejemplo, aunque por las dos ciudades discurra un río no tiene nada que ver Caminha do Minho con Ponte de Lima. O Aveiro con Espinho, aunque rápidamente reconoces cómo portuguesas a las ciudades citadas.

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