La gran sorpresa del viaje es la tremenda riqueza en ecosistemas de la isla. Sin duda, mucho más variada de lo inicialmente pensamos. Nos recuerda a Costa Rica, pero sin volcanes y con un sabor caribeño-isleño que remite a Cuba, aunque de diferente forma. Los bosques llegan prácticamente al mar. La biodiversidad resulta extraordinaria.
Encontramos playas espectaculares, unas muy salvajes otras más domesticadas dentro de los denominados balnearios (zonas protegidas, gestionada por Parques Nacionales de Puerto Rico muy populares entre los portorriqueños, con parking, aseos y servicio de limpieza).
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En los pueblos costeros el eje central lo constituye la carretera principal donde se agrupan la mayoría de los comercios, bares, talleres mecánicos, panaderías, restaurantes y gasolineras. Recuerda un poco a las pequeñas ciudades estadounidenses con zonas residenciales y zonas comerciales, sin lugares para pasear dentro del pueblo y donde coger el coche para desplazarse se convierte en algo imprescindible.